domingo, 24 de mayo de 2009

Una bajada en la playa


Mi culpa, sí, soy el único responsable por alejarme, romper con la rutina. ¿No te acuerdas? El castigo por seguirte. No debía ir pero esa manía en aceptar cualquier proposición me dirigía al desastre, si fuera mujer terminaría en la Libertador. Aquel descenso por la autopista Caracas La Guaira, sentado detrás intentando disfrutar del paisaje, vista poco alentadora. La montaña soportaba el peso de la desidia. Escuché una vez “que bello, parece un nacimiento”; enmudecí, aquel día, sólo moví los hombros en un gesto de resignación, mejor cambiar de tema. Disfrutaba del aire golpeando el rostro. Buscaba las primeras señales de la presencia marina, olor salino indicando la cercanía del mar. La mujer a mi lado me trataba como si fuera su vida, no lo era ni lo sería, ¡qué va!, a otro con ese cuento, molestaba, una pieza teatral mal actuada, mal escrita, mal dirigida.
En la oscuridad del primer boquerón, se me pegó retirándola suavemente, acto amable pero tajante, con el argumento de la temporalidad. Opté por hacerte caso y nos fuimos a la playa, mitad de semana, dos días para el puro bochinche, en tu caso, no tenía ganas, insististe, cargabas con esas dos mujeres, necesitabas de mi presencia para ocupar de la otra, Sofía, ¿así se llamaba? Bonita, no te lo podía negar, pero demasiada lanzada para mi gusto. ¿Cómo las conseguiste? No me dijiste, lo imaginaba, preferí no tocar el tema, evitaba. Te fascinaba ese tipo de ambiente, tu gusto, pero no el mío. Me embargaba la incomodidad.
La playa estaba cerca, podía percibirlo, el sueño el cual tenía tiempo que últimamente no disfrutaba, desorden existencial. Llegamos a la casa, una planta, buena presencia. ¿Cómo la obtuviste? Sala bien arreglada, buen gusto en su decorado, al igual que las dos habitaciones con baños respectivos. Cocina equipada. Ningún descuido. Limpia, atendida con cariño. Sí, debía ser prestada, te conozco, no eres capaz de montar algo tan agradable para la vista, en tus manos sería un desastre. Se caería por inercia. Indicaste aquella puerta, la habitación que me tocaba, agregaste a Sofía, me provocó mentarte la madre. Ella penetró el lugar, emocionada dejando su maleta sobre el colchón, comentando que éramos marido y mujer. Lo que me faltaba. Entré al baño para cambiar de ropa: traje de baño y franela, saliendo enseguida, no quería permanecer cerca de esa loca más del tiempo debido, zafada, dirigiendo hacia la playa.
Nadar un rato y luego, reposar sobre la arena. Embargó la molestia al ver a Sofía, me siguió, seguro fue una de tus sugerencias geniales. Se quitó el traje de baño exhibiendo un cuerpo monumental, la verdad sea dicha, estaba bien buena. Nadaba como una sirena internándose bajo las olas para surgir del otro lado haciendo señas, le respondí. Retornó recostando ese esbelto cuerpo a mi lado, sin ningún pudor, mostrando las esencias mismas de la eternidad. ¡Que ladilla! Deseaba estar solo. En dicha situación no podía disfrutar de la soledad, ni siquiera concentrarme.
-- ¿Qué tal si paseamos?
-- Hazlo, quiero estar solo.
-- Eres un tipo bien raro.
-- Normal.
-- Otro no me soltaría.
-- Lo dijiste, otro, yo no.
-- ¿No te gusto?
-- No, eres demasiado vulgar para mi gusto.
-- Buscas la mujer perfecta.
-- Vete, lárgate a cualquier parte.
Esfumó dirigiéndose hacia el mar, los brazos del océano rodearon su cuerpo, la tomaron en su seno. Aparecía, desaparecía, una bocanada de oxígeno, inmersión, repetición hasta perderla de vista. Opté por caminar en la playa gozando de la suavidad de la arena, el aire acariciando el rostro, la sal impregnando el cuerpo. Encendí, con cierta dificultad, un cigarrillo. Fui duro con aquella mujer, injusto, mierda, pero era necesario, debía dar cuenta de su situación, pero era difícil que cambiara, estábamos metidos en un país en el que se piensa sólo en la moneda desde el nacimiento. Ella no escapaba de dicha situación. Funcionaba con esos parámetros.
Durante el resto de la mañana no volví a verla. ¿Se habrá ahogado? Lo dudaba, se movía en el agua como una sirena, ya lo dije, posible, pero era mejor repetirlo, por si acaso. Posiblemente lo fuera pero no percibí canto alguno, una sirena moderna.
Decidí volver a la casa, recoger la billetera y salir por ahí en búsqueda de algún lugar en el que podría ingerir alimentos. Al entrar al cuarto vi a Sofía acostada, desnuda, sobre la cama. La saludé. No respondió.
-- ¿Tienes hambre?
-- Un poco.
-- Vístete y ven, encontremos un restaurante cerca.
Caminamos por la extensa calle observando a los lados, si encontrábamos un letrero que indicara un sitio para pasar un rato bebiendo un par de cervezas y comer. No nos dirigimos la palabra durante el trayecto, recordaba, cuando arribamos, la presencia de un local específico para esos menesteres.
Ignoraba dónde estaba pero no me importaba, me sentía bien, había disfrutado de un poco de soledad. Encontramos el restaurante sentando alrededor de una mesa con vista hacia el mar. Poca conversación. Pedimos un par de cervezas. El brebaje frío caía bien, agradable ante el calor intenso que pegaba en la calle. Leímos el menú llamando al mesero pidiendo lo deseado con la compañía de vino blanco, me sentía espléndido y, otras dos birras luego de comer.
-- ¿Qué quieres hacer? le pregunté después de cancelar la cuenta.
-- Quisiera regresar a la casa para descansar.
-- Está bien.
Te encontrabas aposentado en el sofá exhibiendo una sonrisa cínica. Nos observaste arribar. Sofía se dirigió a la habitación, yo me senté a tú lado, la amiga que te hacía compañía siguió a la otra.
-- ¿Quieres beber algo?
-- Una cerveza.
Encendí un cigarrillo. Aspiré y expiré con calma, suavidad. Me sentía tranquilo, había decidido lo que iba a hacer. Esperé que regresaras con la lata de cerveza, la extendiste y volviste a tu puesto. Bebí un largo sorbo, friíta, helada. Otra chupada del cigarro y dije:
-- Me voy.
-- ¡Qué! Me dejas. qué te sucedió, te fue mal con Sofía.
-- Nada de eso, estoy harto, agarro mis cosas y me esfumo.
Entré a la habitación. Las dos se quedaron silenciosas observándome como sacaba la maleta, ponía la ropa, cerraba y volvía a salir. Inevitable. Ni siquiera hiciste un gesto para frenar mi paso, al cruzar el living. Sólo propusiste que esperara, todos regresaríamos a Caracas, me negué.
-- No quiero echarte a perder tu bochinche, quédate tranquilo y disfruta.
En la calle me embargó una sensación de libertad, caminé hasta llegar a la parada instalándome en un banco a esperar el bus que me llevaría a casa.

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