domingo, 10 de mayo de 2009

La vida no vale nada


El silencio imperaba en aquel callejón, oscuro. Paso rápido, acelerado. Quería evitar un encuentro desagradable. Llegar lo más pronto posible. Los hechos que ocurrían a diario ponían los pelos de punta. Te enfrentabas a una inseguridad frente a cualquier engendro de cualquier edad y, en un pequeño descuido, quedabas para el puro recuerdo.
La culpa era de Isabel. La condenada me amarró en la tasca de Feliciano. Necesitaba hablar. Vivía enredada en un dramón que la tenía bien jodida. No se quitaba los lentes oscuros a pesar de la hora y estar metido en aquel lugar. Cubría su mirada, evitaba que se le notara el morado alrededor del ojo.
Cerveza tras cerveza, camarones al ajillo y una larga y extensa cotorra por parte de ella. No paraba de hablar. Por momentos me fastidiaba, ladillaba, mirando los alrededores. Buscaba a Feliciano, se encontraba detrás de la barra junto a la caja registradora, controlaba las cuentas. Lo hacía a ratos, los otros momentos se sentaba con algún conocido del lugar compartiendo una cerveza fría, todo no era trabajo.
Recuerdo haberlos conocido, un empeño de Aura en llevarme a una reunión a casa de Cristina y Germán. Allí se encontraban. En esa época no conocía a la amiga y ella, mi compañera de infortunios, no sabía del fondo del problema. Me la describió como una tipa alegre, echadora de vainas, jodedora y gran contadora de chistes y, de paso, bien bonita. Lo que encontré no tenía nada que ver con la realidad.
Sobre el tal Francisco, tan sólo verlo, di cuenta de la ralea de aquel tipo. Había encontrado, durante el transcurso de mi existencia, tipos de esa calaña. La mala impresión embargó mi espíritu y sentí que, el Germán como la Cristina, pensaban lo mismo. Como Aura es tan despistada y no le embarga la malicia, a lo mejor no se dio cuenta, capaz la sanota.
Estuvo diciéndome que nos fuéramos de rumba. Que dejáramos a las mujeres en sus casas, bajo llave y nos metiéramos en la verdadera diversión. Le seguí la corriente para evitar algún conflicto, no quería buscar pelea en aquella casa y, la tal Isabel no tenía cara en seguir soportando algo que desconocía. Fría, callada, sus amigas intentaban llevarla a la cocina, nada. No la dejaba moverse del sofá, a su lado, su dueño, amo y señor.
-- Muy divertida tu amiga; le susurré al oído de Aura, se volteó exhibiendo una mirada de preocupación tomando la mano de Isabel arrastrándola a la habitación de Cristina. El Francisco quiso evitar que se levantara, no pudo quedándose sentado expresando rabia, furia. No era su ambiente y, en el fondo, pensaría que nosotros éramos un par de idiotas.
-- Ya vengo, voy a empolvarme la nariz.
Empolvarse la nariz en vez de decir que iban a mear, algo natural, biológico, la cerveza es un gran diurético. También tenía ganas de ir al baño, debía esperar para no dejar nuestros maletines a solas, se los podrían palear.
Mucha gente en el negocio, casi lleno, sólo un par de mesas vacías: personas que salieron minutos antes. Mucho ruido. Las diversas conversaciones impregnaban el ambiente. Feliciano dejó la caja registradora para volver a su asiento con aquel grupo en una esquina cerca de la puerta de salida, su vaso de cerveza lo esperaba.
-- Me siento aliviada.
Otra vez la andanada de palabras. La historia era para una novela de Corin Tellado. Seguía escuchando y sorbiendo mi cerveza, no podía dejarla calentarse. Daba un vistazo por los alrededores. La gente sufría deformaciones, se alargaban, ensanchaban, me causaba risa los reflejos de mi mente.
-- Ahora me toca; le dije a Isabel retirándome para ir al baño.
Una gran calistenia para poder acomodar en las interioridades de aquel baño. Feliciano arregló bien la parte de afuera, pero lo que era este sitio, infame. Estrecho, incómodo, uno debía ser de goma para lograr mear, y con las ganas que tenía, dolía por la larga aguantada, conseguí ubicar soltando el largo y extenso espíritu hacia el vacío, una sensación de ligereza embargaba mi alma.
Al salir me sorprendí, ella no se encontraba. Le pregunté a Feliciano:
-- Se te fue el levante, la vino a buscar un tipo, aquí está tu maletín.
-- Gracias, ¿cuánto te debo?
-- Nada, ella canceló.
-- Por lo menos eso.
Salí del negocio retornando en dirección de mi hogar.
Ya me encontraba cerca de la reja de entrada al edificio, llave en mano, presto para introducirla en dicha cerradura, volteé, miré en los alrededores, nada sospechoso. Entré siguiendo hacia la otra puerta, arribando a los ascensores, uno en la planta baja, que suerte, oprimiendo el botón indicativo del piso correspondiente, esperando la llegada al hogar. Dejé las llaves sobre la mesita de entrada, llamando a Aura, estaba en el cuarto arreglando unos papeles. Un beso de saludo.
-- ¿Cómo te fue?
-- ¿En el trabajo o con Isabel, por qué no fuiste?
-- Era mejor que conversara a solas contigo, conoces a gente en el medio de los psicólogos y abogados que pudieras contactar ante su terrible problema. ¿Por cierto, cómo la orientaste?
-- No pude hacer nada, me contó su drama, sólo la escuché y, luego de regresar del baño, la cerveza es un tremendo diurético, desapareció, esfumó.
Fui a la cocina, tenía sed, bebí largos tragos de agua. Regresé a la sala, cruzando hacia el balón, instalándome. Encendí un cigarrillo aspirando con parsimonia disfrutando del paisaje. Aura me preguntó si iba a acostarme. Le dije que iría en un rato. Quería estar un poco a solas, disfrutar del silencio, Isabel no paró de hablar durante varias horas. Necesitaba escuchar los silencios de la noche.
-- ¿Vienes?
Incrustado en aquella silla de extensión olvidando la temporalidad, fui interrumpido por la presencia de Aura. Esbozaba aquella sonrisa que me destrozaba, desmadraba, me volvía idiota levantándome, caminando detrás de ella, acostando a su lado. Apagó la luz. No lograba conciliar el sueño, me venía a la mente la imagen de Isabel, golpeada.
-- Te buscan.
Embebido en aquella numeración astronómica, cantidades abstractas, irreales, algo que jamás veré, me interrumpió Guillermo para decirme que había alguien esperándome cerca de una de las taquillas. Era Aura, estaba nerviosa, temblaba, sus lentes oscuros tapaban el drama. Me sentí inquieto y no sabía por qué, la imagen de Isabel vino a la mente. En efecto, el problema era con ella. La encontraron muerta en las afueras de la ciudad.
-- ¿Cómo salir antes de la hora?
-- Guillermo, tengo un problema, ¿podrías cubrirme?
-- No te preocupes.
Nos ubicamos en una mesa apartada en El Padrino. Dos café nos hicieron compañía mientras la escuchaba. Estaba aterrado con lo que contaba, Isabel fue secuestrada de aquel bar en que nos encontrábamos. Aura me armó un peo pero qué podía hacer, necesitaba desahogar el alma. No podía dejar de mear por darle gusto. Fue su marido quien se la llevó. No lo habría podido impedir, ante la ley eran marido y mujer, yo, un simple extraño, hasta para la amiga de Aura.
Volví a la oficina. Maldecía. No quería volver a implicar en asuntos como esos, uno siempre terminal mal. Verónica se acercó al notar mi inevitable expresión de preocupación. Le dije que no era nada, simples adversidades de la vida. Esperaba la llamada. La mujer de Germán se encontraría con Aura para continuar su búsqueda, ni que fueran detectives. Deberían dejar ese asunto a la policía o, mejor, que lo resuelva la pareja.
No me podía concentrar. Las preguntas iban y venían, principalmente acerca de la peligrosidad del sujeto. Lo había encontrado y me daba mala espina. Me preocupaba por ellos, ninguno de los tres tenía experiencia en tratar aquella clase de sujetos, en mi caso no había problema, topé con ese tipo de personas en otras épocas, todos reaccionaban igual, la diferencia era mínima.
Como era la hora de salida fui hacia Las Grandes Ligas. Quedé en verme con ellos en dicho lugar. Llegué temprano instalando en una mesa que exhibía una vista de la entrada, una cerveza bien fría y un cenicero, el cigarrillo era inevitable. Ya iba por la segunda cuando los vi arribar, estaban hechos un desastre. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, la noticia que se perfilaba no era nada buena.
El aire fresco, a pesar de la hora, mediodía, era agradable en aquel lugar. La gente se arremolinaba en el lugar reflejando rostros de tristeza y alguno que otro llanto. Encendí un cigarrillo, acto que Aura me recriminó, preferí no hacerle caso, estaba vuelta leña. Feliciano se me acercó:
-- ¡Coño! Esa no era la amiguita que estaba contigo la otra noche.
-- Así es, la vida no vale nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario