lunes, 20 de abril de 2009

Un maldito suelto en las calles de la ciudad


No lo podía creer. Felipe me echó el chisme y no lo aceptaba, era demasiado para ser real. Bajé aquella calle buscando la avenida, agarrar una camionetica y llegar al Gran Café, por lo menos cerca, lo demás lo haría caminando. Tuve suerte, la primera que apareció consiguiendo puesto. Pagué y me instalé a esperar el arribo. Cuadra y media antes del lugar dejé el vehículo siguiendo a pie. Faltaba poco para el arribo, el esperado encuentro. No lo sabía, sería una sorpresa con final feliz. Estaba ansioso, nervioso, angustiado, me faltaba el aire al estar a pocos metros de aquel cafetín. El peso del universo me aplastó. No era lo esperado, guerra avisada no mata soldado. Eso fue lo que sucedió. Se quedó muda al verme, igual yo. No era la presencia del encanto, menos, la alegría. Gritaba desaforadamente contra mi persona. La gente que se encontraba en los alrededores volteó para ver que acontecía. Estaba paralizado. La culpabilidad me embargó aún sin ser causante de nada desagradable. No conseguía reaccionar. Algunas personas se me acercaron en actitud amenazante. No comprendía y menos al llegar la policía, esposarme montándome en una jaula a punta de improperios. No reaccionaba, sólo era un maldito suelto en las calles de la ciudad.

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