sábado, 4 de abril de 2009

Esperando el ascensor


Estaban a tiempo. Era un truco. Amelia se empeñaba en arreglarse de manera exhaustiva. Tardaba más de la cuenta. Seguía el juego. “¡Apúrate!”; le gritaba. “Ya voy, ya voy”; respondía. Se sentó sobre el sofá. Encendió un cigarrillo. Movió los hombros en un gesto de indiferencia. Esperaba el tiempo que fuera necesario, el que ella deseara. Recordaba la época en la cual eran novios. Las horas transcurridas esperando en la sala de la casa de sus padres, en un cafetín, en la entrada de un cine, un parque o bar. La primera cita en el Castellino no la esperó. Ignoraba su manía por retrasarse. Apareció media hora después. No se encontraba. Tuvieron una gran discusión, discusión que los acompañó largo tiempo.
La costumbre estaba presente.
El cálculo fue decirle que debían encontrarse en la fiesta a las siete de la noche. Reunión que se iniciaba a las ocho. Lo tenía previsto. No arribarían los primeros pero tampoco hora y media después. Lo único que le preocupaba, aquella vez, que fuera rápida. La cagada. Sería un peo. Siempre hay una primera vez. Pondría la cómica. Imaginaba conducir durante una hora de un lado a otro, deteniendo para comprar cigarrillos, optando por vías alternas para alargar la llegada.
Salió.
Sonrió al ver la hora. Perfecto. Faltaba poco para el inicio de dicha reunión. Deambulaba. Estaba bella, hermosa. Por instantes se le ocurrió no ir a dicha cita. Ella insistió. Deseaba lucirse y tenía de que mostrar. Cruzaron el largo pasillo, luego de salir del apartamento, en dirección de los ascensores. Tocó el botón de llamada. Esperaron. Fue un momento en el cual, no intercambiaron palabras. Esos elevadores se caracterizaban por su lentitud. En eso se abrió el de la derecha. Amelia, quien se encontraba tan cerca, dobló el cuerpo rápidamente, entrando en las interioridades de un espacio, espacio oscuro. Sólo se escuchaba su grito.
Luego... el sonido de su cuerpo estrellándose sobre la finitud.

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