domingo, 12 de abril de 2009

Eres un idiota


Un salón amplio, grande, espacioso. Lo que me extrañaba era su ubicación. No se encontraba situado en la planta baja, se hallaba en el pent house. Para los vecinos, ubicados bajo el lugar, cada vez que se montaba un bonche, sería una molestia, un infierno, a menos que fueran ellos quienes lo organizaran. Nos encontrábamos allí para festejar cualquier cosa. Para Ricardo las razones poco importaban, sólo el acto de la joda. Sentado en un lateral del sitio, me dediqué a observar al resto de los invitados, a casi ninguno de los presentes conocía, era un extraño.
-- ¿Sabes una cosa? le preguntó Ricardo a Xiomara.
-- No.
-- Eres una persona frustrada.
-- ¿Y en qué te basas para decirme eso?
-- En que te conozco.
-- Pero sólo nos hemos visto dos veces.
-- Eso me basta.
-- ¡Ricardo! llamaba Marlene.
-- ¿Sí?
-- ¿No crees qué exageras?
-- No, soy un genio.
-- Has bebido bastante.
-- ¿Me estás llamando borracho?
-- Digo que estás pasado de tragos.
-- ¡Maldita!. Entre gritos cruzados, Ricardo cogía el vaso, vaciándolo de un golpe, luego retornó al salón.
-- ¡Epa! casi caes sobre nosotros; exclamó Rafael.
-- Anda a comer mierda.
-- ¿A qué se debe la insultada?
-- Me da la gana y, ¡párate coño!, voy a darte un par de coñazos. Marlene se acercó.
-- ¡Rafael y Ricardo, quédense quietos!
-- Déjenme, voy a joder a ese güevón.
-- Cálmate Ricardo.
-- Le voy a recordar el día en que nació.
-- ¡Atrévete!
-- Rafael, ¡cállate! le gritó Agustín.
-- Me está insultando.
-- Está borracho.
-- En esos momentos es que dicen lo que sienten; comentó Sofía.
-- ¿Vas a creer en eso? ya él es bastante grande para que termine sus días peleando en las fiestas; respondió Agustín. Yo miraba, veía, ni hablaba ante lo acontecido, era preferible evitando así, inmiscuirme en dicha trifulca.
-- Fue él quien empezó.
-- Vete a la terraza, el aire fresco te calmará.
-- Está bien.
-- ¿A dónde vas cobarde? le gritó Ricardo.
-- ¡Basta! le soltó Marlene. Xiomara se instaló a mi lado notando la tranquilidad que expresaba. Llegó a comentarlo aferrándose al brazo. Su cuerpo temblaba, atemorizada ante lo acaecido. La música ya no sonaba.
-- ¿Cómo qué basta, no me vas a decir que te gusta ese pelele?
-- No.
-- Yo lo mato.
-- Quédate quieto.
-- Yo lo mato. Zafándose de quienes lo tenían agarrado se abalanzó hacia la terraza para intentar alcanzar a Rafael.
-- No ves que eres un idiota; le gritó Marlene.
-- Yo lo mato; chillaba Ricardo.
-- ¡Párate! exclamó Rafael.
-- Yo lo mato, yo lo mato, yo lo mato...
El cortejo fúnebre marcaba el movimiento lentamente, en dirección de la fosa correspondiente, dos pasos hacia adelante, uno atrás, recorriendo los estrechos caminos entre las diversas tumbas en el Cementerio General del Sur.
En silencio marchaba. Sólo se escuchaba, a lo lejos, la voz de Marlene:
-- Eres un idiota, eres un idiota, eres un idiota...

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