lunes, 29 de diciembre de 2008

Un ruido casi imperceptible


Un ruido casi imperceptible, cercano al silencio, rondando por la habitación contigua al dormitorio. Un cuerpo arrastrándose lentamente, buscando, de una manera u otra, evitar la sensación de existencia, por quien dormitaba del otro lado de la pared. No quería expresar su estadía. Cuidarse ante cualquier encontronazo contra algún mueble atravesado. Un pie adelante luego de pararse. Se detenía. Acercaba la segunda pierna hasta ubicarla al lado de la primera. Paciencia. La mejor manera de llevar a cabo lo deseado para la sorpresa. La experiencia de la razón. Volvía a moverse. Coger un poco de oxígeno. Le apretaba el pecho. La adrenalina funcionando a toda su potencia. Se asomó a la ventana. Sólo un poco de luz entraba en el cuarto, interrumpiendo el negro de la noche. La luminosidad de un letrero de neón, roto, quebrado en un lateral, probablemente por causa de una piedra, en el negocio de en frente. Un aviso que, una vez debió decir algo en un francés mal escrito. Quien lo rompió le hizo un gran favor a la gramática francesa, escrito Petttite. ¿De dónde habrá sacado la tercera T?
Otra vez el retorno del silencio.
Abrió los ojos, quien soñaba, intempestivamente. Una descarga eléctrica. Percibía la presencia de alguien merodeando por el lugar. No lo sabía a ciencia cierta. Lo intuía. Por un instante no reconoció el sitio, su cuarto. Sólo la visión del techo como único objetivo. La boca abierta buscando el aire, ese aire alejado de sus pulmones. La angustia embargando su corporeidad. Sudoroso. El líquido transparente, salado, brotando a borbotones por los poros. El cabello completamente mojado. Unos mechones pegados contra la frente. Los apartó con su mano derecha. Se sentó en el borde de la cama, tratando de retomar la lucidez. Observaba los alrededores. Comenzaba a reconocer sus cosas, la mesita de noche, paredes, techo. Un orden en el desorden natural de su existencia. No conseguía apartar de su mente, ese presentimiento de acompañamiento. Una compañía inesperada. No planificada. Ni siquiera acordada por accidente. Algo fuera de lo normal acontecía en las interioridades del apartamento.
Intentó levantarse. Imposible. Lo jalaban de un lado a otro con un metal fino, alambre bien delgado, apretando el cuello. Abriendo los ojos. Sus globos oculares salían de sus cuencas. Con los dedos, trató apartar la causa de su asfixia. Era difícil separar el hilo metálico de su garganta. Le cortaba la piel. La boca abierta. Quería gritar. La tráquea trancada, frenaba el sonido. Ese sonido que desapareció de sus cuerdas vocales. Aspiraba a asimilar un poco de aire, ese aire disipándose hacia otros confines, vaciando los pulmones. Se movía de un lado a otro, luchando por liberarse. Doblando las piernas. El forcejeo dejó de existir. Las imágenes de la habitación se difuminaban, ennegreciendo la mirada. La oscuridad era su nuevo dominio. Ya no luchaba. Dejó de hacerlo hace varios segundos. El abandono. El dejarse llevar por el sentimiento de la perdición. La derrota impuesta en una noche, noche alargada hacia la nada. Su historia detenida aquella madrugada.

2 comentarios:

  1. Grata sorpresa he tenido al acceder en esta página, llegué por Ibelis.

    Este relato en particular (primero que leo) me enganchó y me dejó sin aire, como debe ser.
    Felicidades.

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  2. Te agradezco tu opinión y espero que te agraden estos textos

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