sábado, 27 de diciembre de 2008

Un cadáver en el río


Salí del departamento, bajando a la avenida, para conseguir un taxi, el medio más efectivo ante el retraso a la cita que tenía con Victoria. Despavorido. Me consideraba como un sujeto puntual pero, esta vez, no sabía lo que me sucedió. Me atrasé. El terror al ver la hora. Debía llegar a Las Mercedes. Faltaba poco para dicho encuentro. Mucha gente en la calle. Un ir y venir en direcciones contrarias.
Pasaban los Libres llevando clientes. Ninguno desocupado. Por fin hallé uno. Logré detenerlo. Un vehículo destartalado pero, en esos momentos, no le di importancia alguna. Estaba apurado. Ni siquiera discutí el costo del traslado. Sólo le supliqué que no optara por las vías congestionadas, sentía la necesidad por la acortación del tiempo. Afirmó. La realidad mostraba lo contrario a lo deseado. Colas por doquier. Trancas. Hasta se montó por una acera para arribar a una esquina, doblando, dirigiendo hacia la autopista. Tenía ganas de fumar. Preferí no hacerlo. A algunos les molestaba. Me aguanté. Claro, eso ponía los nervios de punta. Una constante, ver el reloj.
El camino comenzaba a acortarse. Cavilaba acerca de lo que le diría. Era bueno para preparar discursos pero, a la hora de las pequeñitas, mudez absoluta. ¿Cómo le entraría? Esta vez no debería ser así. Que va. Directo. Ir al grano. Saltar los preámbulos. Trataré de ser eficaz. Una eficacia carente en mi existencia pero, en esos momentos, debía ser necesaria. El chofer del vehículo comenzó a reír. La risa se incrementaba. Volvía altisonante. Lo veía con cierta preocupación. ¿Qué le sucederá? No me atrevía a preguntar. Temía ante la posible respuesta. Callar. Seguía riendo. No paraba con aquella risa estúpida, risa enervándome.
-- Hay un cadáver en el río; dijo.
No me parecía chistoso. Mejor era seguirle la corriente no fuera a trastornarse, volverse violento. Era lo que me faltaba. Especificaba acerca la existencia de un muerto flotando en el río Guaire. No me causaba gracia alguna pero preferí no responder, llevarle la contraria. Se detuvo.
-- Sígame; gritó.
-- ¿Adónde va?
-- Venga y no pregunte.
Lo seguí desde lejos no fuera a lanzarme al río. Insistía en que me acercara. Reía como un desaforado. Trataba de convencerlo que se calmara. No era para tanto. Y si existiera un muerto, éste no se daría cuenta de su situación. Una idea fija la de ese sujeto. Ya se iniciaba el retraso ante la cita que tenía. Lo maldije mentalmente. No lo podía creer. Lo hizo. Lo llevó a cabo. Logró demostrar la existencia de un cadáver en el río. Boca abierta, paralizado, estupefacto, no sabía que hacer. Miré a los alrededores. Los vehículos cruzaban por al autopista a gran velocidad. Yo... parado, en el medio, frente al río, dudoso, tembloroso, varado frente a una circunstancia insospechada, deseaba gritar. Hasta la arrechera se elevó en su nivel más alto.No me quedaba otra alternativa que esperar la presencia de una patrulla. Detenerla. Explicar lo acontecido y que fueran a rescatarlo. Claro, eso implicaba un adiós a la cita con Victoria. Por un instante pensé en bordear la vía hasta encontrar una salida acercándome a Las Mercedes. Llegar a pie abandonando la locura de esos instantes. No me podía alejar. Pensarían que lo asesiné. Todo era factible en estos tiempos. La incoherencia dominaba la cotidianidad, cuando el conductor de un taxi que lo lleva a una dirección específica, decide suicidarse arrojándose al río Guaire. Eso era lo sucedido y no hallaba como apartar dicha visión. El degenerado echó a perder mis planes. Se merecía su muerte, pero no aquella situación en que me encontraba sometido.

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